¿Truco o trato? © Lena Valenti

Mini-relato hecho para Libros de Ensueño.


¿Truco o trato? © Lena Valenti

Odio Halloween. Vengo de padres irlandeses y de antepasados celtas, y os aseguro que el Halloween que se celebra en Estados Unidos, nada tiene que ver con el Samhein.
Al menos, para mis familiares ese día tenía un sentido, porque se celebraba el fin de las cosechas y el inicio de la estación oscura.
Pero esto es absurdo. Un Halloween en nueva Orleans os podéis imaginar cómo es, ¿no? Acabo de ver a Jack el Destripador, a Freddie Krugger y a la Niña del exorcista persiguiendo a Frankenstein y a la novia de Drácula. ¿Qué sentido tiene eso? Asustar por asustar no da miedo. Si ya sabes que alguien te va a atemorizar, el factor sorpresa se pierde. Y eso, sin mencionar a las hordas de zombies poseídos y a los practicantes de voodoo que hay ya de por sí pululando en el Barrio Francés.

—¿Truco o trato? —me dice un niño disfrazado de momia mientras tira de mi pantalón.
¡Venga ya! Ni siquiera estoy dentro de una casa. La tradición manda que tienes que darle al timbre de tus vecinos hasta quemarlo y avasallarlos con el típico grito de Trick or treat! Pero yo estoy sentada en las escaleras de un local, ni siquiera estoy bajo un techo. Aun y así, pongo los ojos en blanco. Es un niño y hay que hacerle algo de caso. A mis diecinueve años, no voy a arruinarle el día a un futuro terrorista en potencia.
—Trato, por supuesto —le contesto mientras accedo al chantaje y echo mano de los caramelos que tengo en el bolsillo de mi chaqueta.
El niño abre las manos y sonríe orgulloso de su, más que dudosa, fechoría. Se da media vuelta para irse, no sin antes sacarme la lengua y decirme:
—¡Bu!
Yo finjo que me asusto y el pequeño se va pagado de sí mismo. Esa noche ya ha triunfado.
Me levanto, muerta de aburrimiento. Debo de ser la única en ese estado, porque todos allí corretean de un lado al otro y se oyen gritos en la lejanía mezclados con risas y carcajadas esperpénticas. Yo sigo sin encontrarle la gracia.
Me dirijo hasta mi casa, y me quedo embelesada con el barrio francés. Es precioso. Veréis, absolutamente todos los caminos en Nueva Orleans tienen nombres dotados de magia, y todos van a parar al mismo lugar: Una zona formada por catorce calles llamado Barrio Antiguo para los más “antiguos” y Barrio Francés para los más modernos. Y esta noche de los muertos, el barrio francés está a rebosar de vida. Las bugambillas de los balcones de hierro forjado parecen más grandes y brillantes, supongo que se alegran al escuchar el Jazz que suena alegremente en todas las calles, y se les sube el color dando así un tono romántico y cálido a la gran Vía.
—Truco o trato —me dice una voz masculina a mi espalda.
Vuelvo a bizquear y me giro cada vez con menos humor. Eso ni siquiera había sido una pregunta, en todo caso, se asemejaba más a una orden. Como si yo no tuviera elección. Pero cuando me doy la vuelta, me quedo sin palabras. Ese espécimen masculino vestido de negro, tenía sus ojos plateados clavados en mí. Me recordaba al vampirito sexy de Noche de miedo… Colin Farrell está muy bueno. Pero este lo está mucho más. La comisura de su labio se levanta en una especie de sonrisa insolente, y yo me limpio la comisura del mío porque temo estar babeando. Cuando veo que no estoy haciendo el ridículo, alzo una de mis cejas castañas. Sí, es uno de mis movimientos de los que puedo presumir que hago a la perfección. ¿Cuántos años tendría? ¿Veinte y tantos?
—No vas disfrazado —le digo—. No juego si, como mínimo, no vas vestido de cura o de hombre lobo…
—¿Necesitas un exorcismo? —me pregunta con un acento un tanto antiguo.
¿Un exorcismo? ¡¡No!! ¡Necesito algo tan insignificante como un maldito babero!
Él sonríe como si hubiese oído lo que estaba pensando. No había hablado en voz alta, ¿verdad?
—¿Cómo te llamas?
—Bella Swang —contesto pitorreándome de él—. Y me voy ahora mismo a casa, porque Edward me está esperando —ese tipo no sólo me parecía muy guapo, además, me ponía nerviosa. No suelo perder los nervios, pero si lo hago, soy como una especie de loro que repite las cosas—. Me está esperando… —repetí cómo no. No pude hilar dos palabras seguidas más. El desconocido se acercó tanto a mí que invadió todo mi espacio personal.
—En realidad, no te llamas Bella.
Por supuesto que no. ¿Qué le pasaba? ¿Era el único ser humano en la tierra que no había visto Crepúsculo?
—No. No me llamo Bella.
Sus ojos desprendieron un extraño color rojizo, pero se me antojó que había sido un efecto de las luces titilantes de la calle.
—Hueles muy bien —alzó una mano fuerte y blanca, inclinó la cabeza y agarró un mechón de mi pelo ondulado—. Eres graciosa.
Me imaginé que me salía una nariz de payaso y una peluca. “Graciosa”. Me habían dicho muchas cosas, pero eso no se parecía mucho a un piropo.
—En serio, me tengo que ir… Y no sé contar chistes —intenté apartarme.
—No quiero que me cuentes nada —dijo el hombre acercándose a mi garganta como si yo fuera algo delicado y él una pantera de la selva—. Truco o trato, mo Madeleine. Elige.
Cuando me habló en gaélico me derretí contra él, y no me importó que supiera cómo me llamaba. Su cuerpo era como un imán. “Mi Madeleine”, había dicho. El Samhein celta es considerado como un portal entre los vivos y los muertos. En el momento que él me abrazó, sentí morir y vivir a la vez. Y cuando escuché que repetía de nuevo “mo Madeleine” como un ruego, vino a mi cabeza imágenes de otras vidas que no me pertenecían, y sin embargo, las estaba visualizando como mías. Y en todas ellas salía él y me miraba como lo hacía ahora. Como si yo fuera suya, como si le perteneciera.
—¿Quién eres? —le pregunté temblorosa, cobijándome en la extraña dureza de su pecho. No quería apartarme y a la vez, tenía ganas de huir.
—Soy… tu Halloween particular —susurró contra mi oreja.
Yo inspiré y dejé que su olor a hierba y a noche me inundara.
—Truco o trato —repitió gruñendo.
—Trato —dije sin pensar. Cuando en Halloween decías truco, los niños se enfadaban y las bromas se volvían pesadas y podías estar toda una noche huyendo de ellas. Y la noche de Halloween era muy larga. Pero ese hombre no era un niño, y creo que tampoco le iban los tratos.
Él me miró y sonrió con dulzura mientras levantaba mi barbilla con el índice y el pulgar.
—Nunca has sido miedosa, carbhaidh —dijo a un suspiro de mis labios—. Pero si insistes, me llevaré el dulce mayor.
“Carbhaidh”. Caramelo en gaélico. Me había llamado caramelo.
—No soy nada dulce —en mi estado ansioso podía decir auténticas sandeces. Y además, recordaba que no me quedaban golosinas para dar.—. Los mosquitos me rehúyen y…
—¿Esos chupasangres? —bromeó él con una sonrisa lobuna—. No saben lo que se pierden —hundió el rostro en mi garganta y me abrazó con fuerza—. Ha sido tanto tiempo esperándote…
Miré al cielo nocturno y la luna parecía que se reía de mí, como diciéndome: “Has caído en la trampa, tontita”.
—Cierra los ojos —me ordenó— y vuelve a mí, Madeleine.
Yo los cerré, a ese hombre no se le podía llevar la contraria. Pero obedecía porque el “vuelve a mí” me sonó a hogares y a abrazos cálidos y eternos. Eché el cuello hacia atrás, completamente abandonada a él.
—¿Qué hubiera pasado si hubiese dicho truco?
Él se echó a reír, se impulsó sobre los talones y cogiéndome en volandas alzó el vuelo hacia el techo estelar.
—Dios… —susurré admirando su belleza salvaje—. Este es un truco muy malo.
Él me besó y yo me perdí en ese beso. Me agarré a él como si fuera mi salvavidas, que lo era, porque caerme de una altura tan considerable podría acabar con mi vida.
—No te preocupes, mo ghraidh. A mi lado, la muerte no debe preocuparte —me aseguró besando mi garganta.
Cuando sentí los colmillos clavándose en mi carne, dejé de pensar.
¿Sería posible que…? Los vampiros no existían, ¿o sí?
Y pensar que siempre me había reído del Halloween…



Información: Blog Lena Valenti
Publicado por Ashaia Wechsler

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